Madrid 2016 y la post-verdad

Ha iniciado 2017 hace unos cuantos días, y al mirar mi blog… me di cuenta de que el último texto publicado tiene un año de antigüedad, casi al día exacto. Durante 2016 he estado la verdad muy ocupado para atender el blog… he escrito dos libros de no ficción (que se publicarán en los próximos 6 meses), y estoy a punto de terminar mi primera novela (que no se si se publicará algún día). Al releer ese texto entendí cómo ha cambiado el mundo durante 2016; mientras estábamos ocupados en otras cosas más importantes. Desde luego que ha sido la mejor excusa y/o oportunidad para retomar la publicación en este espacio (algo abandonado).

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Pintura falsa de Salvador Dalí, obtenida de la red. Esto nos parecía de risa en algún tiempo.

En enero de 2016 escribí sobre los problemas que habían causado los refugiados recién llegados a Alemania durante la fiesta de Noche Vieja en Colonia. Bueno, no sólo ellos, sino también los prejuicios y los miedos de la población alemana frente a lo desconocido y la “otredad”. Ese miedo se canalizó en una aparente histeria colectiva, atizada por lo que en ese momento se entendió como información equivocada o que carecía de hechos comprobables.

Al día de hoy han sucedido eventos que han puesto bajo una luz diferente ese proceso de difusión de información recortada, adulterada o sin fundamentos. Me refiero en especial al referéndum llamado Brexit, y a la campaña presidencial de Donald J. , a quien se le ha llamado el “padrino” (godfather) o el “partero” de las noticias falsas o fake news.

Aunque parezca improbable, hoy ya tenemos un nuevo vocablo corriente para ese fenómeno de noticias falsas en los medios, acuñado (o por lo menos popularizado) durante 2016: la post-verdad, o en inglés “” y la verosimilitud o bien “truthiness“. Esta última es la condición de algo que parece verdadero, pero que no necesariamente lo es: confunde y manipula los sentimientos. La primera es la tendencia de la sociedad de aceptar medias-verdades como buenas, aunque la mayoría coincide en que no lo son. Trump usaba como vehículo para lanzar sus noticias falsas una frase del tipo “amigos, no me consta, pero mucha gente lo está diciendo, así que no lo se…”, implicando que si una pieza información o un “meme” se ha repetido muchas veces entonces adquiere algún contenido de verdad. Y en Internet las noticias se repiten muchas veces y muy rápido.

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Tuit de Trump deliberadamente impulsando una de las falsedades que se convirtieron en tema de campaña en 2016.

Harry Frankfurt, el filósofo, definió el término “bullshit” como la capacidad de elaborar representaciones evidentemente incorrectas y hacerlas parecer verdades. En español una suerte de “cuento chino” o un sinsentido. Pues bien, mucho de lo que surge y se hace viral hoy en las redes sociales y en los medios de comunicación es simplemente eso: bullshit, pero resulta que lo necesitamos y revestimos como . Estos nuevos palabros tienen mucho que ver con los problemas que afectan a Internet y con su futuro como plataforma abierta y neutral. No se si debemos agradecer o reclamar a Stephen Colbert el honor (a lo mejor infundado) de haber creado esa palabra que podría echarnos a perder Internet, o salvarla si nos tomamos en serio las implicaciones.

Una buena parte de mi tiempo entre 2009 y 2014 lo pasé investigando y escribiendo sobre activismo digital, participación ciudadana, y lo que llamaba democracia participativa (o feedback democracy, el término que me parecía más prometedor). En aquellos años se desarrollaba una discusión que parecía no tener una solución inmediata. Se trataba de determinar qué efectos tendría el activismo digital en la sociedad. Por un lado estaba el bando de los optimistas (o bien los utópicos, como me parece ahora) que pensábamos que Internet y el activismo digital tendrían un impacto positivo en las sociedades: mejor información, mayor transparencia, más libertad. Por otro lado estaban los pesimistas, que pensaban que el efecto sería perjudicial, que habría más vigilancia y más desinformación, que los gobiernos y los políticos sin escrúpulos (¿los populistas?) harían un uso indebido de los medios de comunicación digitales y de la liquidez de la información, y que la sociedad civil se socavaría; y como resultado habría desde luego menos libertad y menos transparencia.

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El autobús de UKIP en Inglaterra con slogan falso, uno de los casos paradigmáticos de la post-verdad

Cuando empezaba a escribir artículos para medios uno de los primeros temas que exploré fue el uso innovador de Internet y las redes sociales por la campaña de Obama del 2008. Mucho de mi optimismo venía de esa experiencia, que la viví en Boston mientras estudiaba en MIT. Pensaba que las bases (grassroots) de la sociedad podrían tener un mayor rol en la campañas políticas, en su financiamiento y en las decisiones sobre los temas que se plantearan como opciones de políticas públicas. Creía que Internet estaba llamado a jugar un rol principal en este cambio.

El año 2016 ha demostrado, si analizamos lo sucedido, que el grupo de los pesimistas tuvo la razón; y que ahora debemos valorar la situación y pensar cómo seguir adelante y salvar lo que queda de los ideales que crearon Internet. No sirve de nada recuperar las ideas optimistas y pensar que el 2016 fue solamente un “año atípico”. Se ha abierto la puerta hacia un mundo nuevo. Un mundo lleno de incertidumbre y amenazas.

Vint Cerf ha escrito esto, hace ya algún tiempo, sobre los ideales y el posible impacto de Internet: “The Internet is proving to be one of the most powerful amplifiers of speech ever invented […] It offers a global megaphone for voices that might otherwise be heard only feebly, if at all. It invites and facilitates multiple points of view and dialog in ways unimplementable by the traditional, one-way, mass media.”

Pienso que el problema que tenemos hoy no es que las personas no quieran la democracia (aunque muchos piensan que sus gobiernos actuales no hacen mucho ni bien por ellos). De hecho la mayoría quiere más democracia y más participación, quieren tener una voz que sea escuchada y no ser solo la audiencia de medios masivos fuera de control. Esa era una parte de la promesa de Internet, como lo dice Cerf.

Pero qué pasa, si esa nueva participación arroja resultados negativos, o resultados que pueden provocar un daño irreparable tanto económico () como político (Trump) o de libertad para las personas y las sociedades en que viven? Qué pasa, si las personas que tienen esas nuevas herramientas de participación son influenciadas por los mismos medios que hacen la participación posible, creando un síndrome de “encapsulación” que limita la capacidad de percibir alternativas y de pensar de forma crítica e independiente? Las decisiones alcanzadas de esta manera, en votaciones, protestas y referendums, podrían no ser válidas… pero eso significaría que entonces sería necesaria alguna forma de control o de filtro a la participación de las personas a través de la red. Si esto tuviera que ser así, sería el principio del fin de Internet como lo conocemos.

Feliz inicio de 2017!

Lecturas recomendadas:

The Attention Merchants, por Tim Wu

The domestication of online activism, por Klang y Madison, publicado en First Monday

How technology disrupted the truth, The Guardian

Why we are talking differently about the Web?, BBC

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