El regreso de los conversadores

En el libro The Cluetrain Manifesto (1999) se predecía que los mercados se convertirían en grandes conversaciones globales. Algo similar ha pasado con los medios de comunicación y la política. La transformación digital ha cambiado las esferas pública y privada, en donde ahora se mimetizan multitudes de “conversadores”: desde un individuo con un teléfono móvil en Asia, hasta grandes corporaciones y poderosos politicos. En este artículo Santiago Gerchunoff analiza este cambio en la política y la democracia.

Santiago Gerchunoff es doctor en Filosofía por la Universidad Complutense, nacido en Buenos Aires y residente en Madrid. Escribe ensayo y crítica cultural. En enero de 2019 la editorial Anagrama publicará su ensayo “Ironía On. Una defensa de la conversación pública de masas”. 

La transformación digital como proceso de repolitización de la sociedad

De los muchos ámbitos de la vida social afectados por la “transformación digital”, el que más focos y artículos de periódico acapara en los últimos años es “la política”. Si nos fijamos en el modo en que se han interpretado acontecimientos como la victoria de Trump, o antes, durante la llamada “primavera árabe”, o el Brexit o, más cerca, el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, parece evidente que la relevancia atribuida a la transformación digital del escenario y las herramientas políticas no tiene parangón en otros ámbitos de la vida en nuestras sociedades.

Edoardo Matania 1870, El banco Cerrado
Edoardo Matania, 1870, El Banco Cerrado

¿En qué consiste y qué significado tiene la “transformación digital” de la política? Frente a esta pregunta caben varias estrategias de respuesta. Por un lado, -el más habitual- se puede considerar a “la política” como un ámbito particular al lado de otros ámbitos de la vida en sociedad, -como la educación, la economía, el deporte, la cultura, la salud- que serán afectados de diversos modos por la transformación digital. Esta es la interpretación de los llamados tecnólogos que, al aplicar su mirada sobre “la política” hablan de “tecnopolítica” o “ciberpolítica” y explican fenómenos concretos como la capacidad de las redes sociales para orientar el voto o para organizar manifestaciones o, en general, “acciones políticas”[1].

En estas páginas voy a ensayar otra estrategia para explicar el actual interés por la transformación digital de la política o, mejor, de la vida pública. Una estrategia que podría llamarse “maximalista” y que consiste en afirmar que la política no es un ámbito más, al lado de otros, afectado por la trasformación digital, sino que el efecto fundamental de la transformación digital de la sociedad es, él mismo, un efecto político. Que la transformación digital central de la sociedad es, justamente, su hiper politización; y que esta afecta a todos los “ámbitos particulares”.

La hipótesis maximalista sería la idea de que la sociedad digital es, sobre todo, una sociedad hiper política. No me voy a pronunciar sobre si esto es “bueno” o “malo”, pero sí daré pistas sobre lo que tiene de nuevo y de viejo. A continuación, intentaré explicar el sentido y el arraigo empírico de esta hipótesis maximalista dándole algo de perspectiva histórica.

La acepción antigua de “lo político”

Buena parte de los esfuerzos teóricos de Hannah Arendt se centraron en mostrar cómo la historia del pensamiento político, desde Platón hasta Marx, incluyendo toda la tradición liberal, era una negación de “lo político” según su sentido original en la democracia griega. Aquello que Arendt anhelaba del modelo antiguo y que fue velado por una tradición de dos mil años (que ensalzó las figuras del “artesano”, “el científico”) es algo que parece estar reponiéndose en la actual esfera pública digital (o atravesada por lo digital).

La actividad privilegiada, central de la vida política antigua era la libre conversación entre iguales. La implantación contemporánea universal de dispositivos conversacionales (a través de la tecnología digital) ha vuelto a hacer que nuestra sociedad pueda describirse como una sociedad de conversadores o charlatanes, si se los quiere criticar. A esta multiplicación transversal de la conversación actual, efecto de la transformación digital, la llamo «conversación pública de masas». El siguiente fragmento de Hannah Arendt sobre el nervio charlatán de la esfera pública antigua constituye una buena muestra de en qué sentido la eclosión digital de la “conversación pública de masas” supone una repolitización de nuestra la sociedad:

“Los intérpretes –bailarines, actores, instrumentistas y demás– necesitan una audiencia para mostrar su virtuosismo, tal como los hombres de acción necesitan la presencia de otros ante los cuales mostrarse; para unos y otros es preciso un espacio público organizado donde cumplir con su trabajo, y unos y otros dependen de los demás para la propia ejecución. No se debe dar por sentado que existe tal espacio de presentaciones en todos los casos en que los hombres vivan reunidos en una comunidad. La polis griega fue, en tiempos, precisamente esa forma de gobierno que daba a los hombres un espacio para sus apariciones, un espacio en el que podían actuar, una especie de teatro en el que podía mostrarse la libertad.[2]

Hannah Arendt

           Es discutible que la conversación pública de masas producida por la transformación digital sea una «forma de gobierno»; o, por lo menos, una forma directa de gobierno. Pero la imagen de «una especie de teatro donde se muestra la libertad» podría describir bastante bien lo que sucede en las redes digitales. Una especie de parque de diversiones narcisista con entrada libre[3].

La anti política clásica como premonición de la transformación digital

Entendemos entonces, la transformación digital de la vida política, básicamente como una multiplicación de lo que Arendt llamaba los “espacios de aparición”, de los lugares donde puedo expresar mi opinión y mostrar “quién soy”. Por lo tanto, frente a la idea habitual de que en la sociedad contemporánea se produce una invasión de lo público por parte de lo privado, un exceso “exhibicionismo”, de colonización de la vida pública por parte de temas privados, subrayamos justo el proceso contrario: estamos en una época en que lo público ha invadido por completo lo privado, acabando con cualquier espacio libre de ser ocupado por alguna conversación más o menos pública. Se puede tuitear mientras se plancha la ropa o postear mientras se cocina, el antiguo “oikos” (la esfera doméstica), estaba completamente apartada de la polis, del ágora, del espacio de aparición, propiamente político; hoy en día ya no hay espacio libre de conversaciones públicas.

Otra buena muestra de hasta qué punto es así, y también de cómo otras épocas habían convertido (como vio Arendt) lo más propio de la vida pública (de la política) como una amenaza a evitar, la constituyen los consejos de Santa Teresa de Jesús para monjas en formación. Se trataba por parte de la “santa”, de alejarlas precisamente de la vida pública y recomendar la reclusión en lo privado como ideal de realización espiritual. Es muy notable cómo las características que esta gran pensadora atribuía (con horror) a la vida pública, a lo político, coinciden con las características de la vida en las redes sociales digitales:

[3] “Entre muchos, siempre hablar poco.”

[4] “Ser modesta en todas las cosas que hiciere o tratare”

[5] “Nunca porfiar mucho, especial en cosas que va poco”

[15] “Nunca afirme cosa sin saberla primero”

[16] “Nunca se entrometa a dar su parecer en todas las cosas, si no se lo piden, o la caridad lo demanda.”[4]

                  Parece una descripción invertida perfecta de lo que hace cada día de su vida cualquier tuitero, cualquier charlatán digital. La idea de vida pública que tenía Santa Teresa en mente (como algo deleznable) es justo lo que hoy constituye nuestra cotidianeidad. Una cotidianeidad, en este sentido, híper política.

De la TV a la red como modo de socialización: o de la última ola de repolitización.

Pero quizás la forma más convincente para comprender en qué sentido es posible referirse a una “repolitización” de nuestra sociedad es ver cómo las críticas que se hacían (antes de que existiera) a la esfera pública corroída y despolitizada a causa de loa medios de comunicación de masas del siglo XX (televisión, radio y prensa) serían imposibles aplicadas a la actual conversación pública de masas producida por la transformación digital.

Dos pensadores fundamentales como Jürgen Habermas y Richard Sennett, que se ocuparon de la despolitización del siglo XX en sus textos más célebres[5], coincidieron en destacar críticamente la imposibilidad de la “interacción” del gran público en medios como la prensa de masas, la radio y la televisión, justamente para describirlos como medios anti políticos. Es muy interesante la descripción crítica que hace Sennett en 1977 de la televisión como dispositivo paradigmáticamente anti político:

“Veamos en primer lugar de qué forma los medios electrónicos (la TV y la radio) representan la paradoja del dominio público vacío, la paradoja del aislamiento y la visibilidad. Los medios de comunicación masiva aumentan infinitamente el conocimiento que la gente tiene con respecto a aquello que acontece en la sociedad e inhibe infinitamente la capacidad de la gente para convertir dicho conocimiento en acción política. Uno no puede replicarle al aparato de televisión, solo puede apagarlo. A menos que usted sea una especie de chiflado y telefonee inmediatamente a sus amigos para informarles de que ha desintonizado a un político detestable, urgiéndoles a que apaguen sus aparatos de televisión; cualquier actitud de respuesta por su parte es un acto invisible.”[6]

Richard Sennett

Es evidente que esta descripción no valdría ya para nuestra época. Lo que afirma Sennett es que los medios de comunicación de masas del último cuarto del siglo XX proporcionaban conocimiento e información a la vez que inhibían la capacidad de convertir esa información en acción política.

Se trata de una descripción de la dinámica de los medios de comunicación de masas del siglo XX que se ha vuelto inaplicable a nuestra época. Sennett acusa a aquellos medios de proporcionar conocimiento e información a la vez que inhiben la posibilidad de convertir esa información recibida en alguna clase de acción política. Lo más interesante es cómo, entonces, Sennett establece una contrafigura imaginaria de estos medios, que sí sería política y que coincide con gran precisión con el funcionamiento de las redes sociales producidas por la transformación digital.

Sennett afirma que “uno no puede replicarle al aparato de televisión, sólo puede apagarlo”. Esto es indudablemente falso en nuestra época: uno puede replicarle al aparato de televisión y acometer varias acciones públicas más, más allá de apagarlo. Entonces Sennett señala como “una especie de chiflado” a alguien que “telefonee inmediatamente a sus amigos para informarles de que ha desintonizado a un político detestable, urgiéndoles a que apaguen sus aparatos de televisión; cualquier actitud de respuesta por su parte es un acto invisible”.

Pues bien, esta “cosa de chiflados” es, precisamente, lo que permiten hacer las redes sociales producto de la transformación digital. En efecto: cualquiera puede (y es lo más habitual hoy en día) avisar a sus amigos que acaba de apagar el televisor al no poder tolerar el asco por un político repugnante. Además, puede explicarles qué es lo rechazable del político y la conversación puede rebotar mucho más allá de la esfera de amigos, llegando a miles de desconocidos. Los modos de seguimiento y participación en los debates públicos por parte de los espectadores en la era digital son del todo distintos a “actos invisibles”.

La idea de la «paradoja del aislamiento y la visibilidad» con la que Sennett describe la situación del telespectador (efectivamente invisible y aislado) del siglo XX no tiene sentido alguno en la era digital. Para llegar a afirmar, en 1977, que «la pasividad es la lógica de esta tecnología» (refiriéndose a la televisión) Sennett se basaba en unas limitaciones (la imposibilidad de replicar o la imposibilidad de comunicar a otros mi opinión ante lo que veo) cuya desaparición fue la condición misma del desarrollo de la conversación pública de masas.

“La paradoja del aislamiento y la visibilidad aparece entre esta díada y la lógica de la pasividad erigida dentro de los medios de comunicación electrónicos. Sus términos son comparables con la tecnología de la construcción moderna: uno ve más pero interactúa menos.”[7]

Richard Sennett

La idea de que “uno ve más pero interactúa menos” era muy efectiva para describir al espectador televisivo (atomizado, mudo, aislado, invisible, pasivo); pero ya no sirve para la describir al espectador conectado (en conversación) que ha producido la transformación digital.

La democracia representativa liberal moderna necesitó de cierta neutralización política de las masas, pues el propio mecanismo de representación política supone un grado de despolitización general. La nueva hiperpolitización de la vida pública podría indicar por tanto una amenaza o un deterioro de la democracia liberal. Una paradoja conmovedora de la transformación digital tan celebrada por los tecnólogos ciber utopistas. 


[1] Entre los tecnólogos hay dos polos: los creyentes en las tecnologías o ciber utopistas y los escépticos o ciber pesimistas. Por fijar algunas referencias, destacaría del primer bando a Castells, Cotarelo, Toffler, Vedel o Ródota y en el bando contrario a Rendueles, Davis, Mazzoleni, Margolis y Resnick.

[2] Hannah Arendt, «¿Qué es la libertad?», en Entre el pasado y el futuro. Barcelona: Península, 1996, pág. 166. (Traducción de Ana Poljak.)

[3] En la democracia griega antigua, no hay que olvidarlo, la libre conversación entre iguales solo era accesible para un núcleo de privilegiados. Ni los esclavos, ni las mujeres ni los

[4] Extraídos de Santa Teresa de Jesús, “Poesías completas, seguidas de sus pensamientos”.

[5] Para despreciar la esfera pública producida por la transformación digital se utiliza en la actualidad, consciente o inconscientemente, un ideal de “espacio público” que fue brillantemente pensado en tres clásicos de la filosofía del siglo XX: La condición humana, de Hannah Arendt (1958), Historia y crítica de la opinión pública, de Jürgen Habermas (1962) y El declive del hombre público, de Richard Sennett (1977)

[6] Richard Sennett, El declive del hombre público. Barcelona: Anagrama, 2011, págs. 347-348. (Traducción de Gerardo di Masso, el subrayado es mío.)

[7] Ibidem, pág. 348.

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