“Una alianza indecente”

Este texto es  traducción de un fragmento del capítulo 4 del libro “The History of the Company” escrito por Ida M. .

Al final de la Guerra del Petróleo eran muy frecuentes el enojo y el resentimiento en las Regiones Petroleras en contra de la Standard Oil Company. Todos creían que  intentaría seguir adelante con el plan de la South Improvement Company de alguna forma u otra. En las semanas que siguieron al estallido de la guerra esos sentimientos se intensificaron al saberse los detalles de cómo John D. Rockefeller se había beneficiado enormemente con la efímera empresa. Los petroleros constataban hoy con amargura como Rockefeller estaba transportando entre cuatro y cinco mil barriles diarios de petróleo refinado hacia la Costa Este, producto de lo que había sido arrebatado a sus vecinos por medio de una conspiración indignante. La amargura era todavía bastante intensa cuando Rockefeller en persona, junto con varios de sus colegas en la intriga de la South Improvement, aparecieron de repente en las calles de Titusville en mayo de 1873. Los mismos hombres que habían luchado desesperadamente contra él ahora contemplaban sorprendidos aquel semblante imperturbable y sonriente con que los saludaba. ¿No sabía acaso este hombre cuándo estaba derrotado? ¿No se daba cuenta de la opinión que tenía de él la gente de las Regiones Petroleras? Su actitud plácida frente a la violencia de sus adversarios era desconcertante.

No fue nimio el impacto que tuvo la noticia de que Rockefeller, junto con Flagler, Waring y otros de su grupo, estaban ahora insistiendo para formar una nueva alianza, y que además alegaban que su nuevo plan no tenía ninguna de las odiosas particularidades de la difunta South Improvement Company, si bien se adaptaba de manera similar a operar por el «bien del negocio del petróleo.»

Por varios días los visitantes se deslizaron por el lugar, unos caballeros amables y sonrientes, yendo de esquina a esquina, de oficina en oficina, explicando, argumentando sus puntos, apaciguando los ánimos. «Ustedes han malentendido nuestra intención» dijeron a los refinadores, «nosotros hemos venido para salvar el negocio, no para destruirlo. Miren los trastornos que la competencia le ha creado al negocio del petróleo. Déjenos explorar que tipo de combinación puede funcionar. Denos la oportunidad de hacer un experimento, eso es todo. Si no funciona podemos regresar a los métodos anteriores.»

Aunque Rockefeller estuvo en todas partes, asistió a todas las reuniones y escuchó todo, casi nunca hablaba. «Recuerdo muy bien lo poco que decía,» contó uno de los refinadores independientes más agresivos de Titusville al autor de estas páginas. «Un día varios de nosotros nos reunimos en la oficina de uno de los refinadores, al que estoy bastante seguro lo estaban persuadiendo de entrar en el acomodo que le habían estado endulzando. Todos hablaban excepto Rockefeller, quien estaba sentado en una mecedora y se columpiaba suavemente, con las manos sobre la cara. Me enfadé cuando me di cuenta de cómo esos tipos de la South Improvement estaban engañando a nuestros colegas, haciéndoles creer que todos nos iríamos al diablo si no se formaba de inmediato una combinación para subir el precio del refinado y así prevenir que nuevas personas entraran en el negocio. Me tiré una perorata que supongo que sonó bastante a declaración de guerra. Pues bueno, justo a la mitad John Rockefeller dejó de mecerse y bajó las manos y me miró. Esos ojos son increíbles. Me examinó de pies a cabeza, vio cuánta batalla podría esperar de mí, y me di cuenta de ello, y después volvió a subir las manos y siguió meciéndose.»

Todo este silencioso ir y venir sucedió en medio de los petroleros durante una semana completa, y entonces el 15 y 16 de mayo se organizaron reuniones abiertas en Titusville, durante las cuales la nueva propuesta que se había estado propugnando fue presentada públicamente. Este nuevo plan, llamado el «Plan Pittsburg» por el lugar de su gestación, había sido estructurado por los caballeros visitantes antes de venir a las Regiones Petroleras. Era una oferta muy inteligente y completa.

Como en el modelo de la South Improvement, se iba a constituir una compañía para gestionar todo el negocio de refinación del país, pero esta compañía iba a ser abierta en lugar de una organización secreta, y a todos los refinadores se les iba a permitir convertirse en accionistas de ella. Los propietarios de las refinerías que entraran en la combinación debían entonces operar siguiendo las instrucciones del consejo directivo de la compañía tenedora para ciertos aspectos. Es decir, debían refinar solo la cantidad de crudo que el consejo les permitiera, y debían mantener elevado el precio de sus productos finales según lo indicara el consejo. La compra de crudo y las negociaciones para su transporte serían también facultad del consejo. Cada accionista recibiría dividendos aunque su planta no hubiera entrado en operación. El «Plan Pittsburg» se presentó de manera tentativa. Si había algo mejor que sugerir de buena gana lo aceptarían, dijeron quienes abogaban por él. «Todo lo que queremos es una combinación práctica. No estamos casados con una forma en particular.»

La primera revelación que surgió de las reuniones públicas en que se presentó el «Plan Pittsburg» fue que en los días en que Rockefeller y sus amigos anduvieron estrechando diligentemente las manos de los petroleros desde Titusville hasta Oil City, ya para entonces habían ganado a varios conversos. Es decir, no entraron a las reuniones abiertas sin antes tener segura la garantía de participación, en cualquier plan de consolidación que se acordase, de algunos de los petroleros más capaces de la cañada.  Entre ellos se contaba en particular J. J. Vandergrift de Oil City, y ciertas firmas de Titusville con las cuales John D. Archbold estaba relacionado. Todos ellos habían luchado contra la South Improvement Company, y ahora venían a declarar que si la nueva organización propuesta copiaba aquella intriga pirata, entonces no querían tener nada que ver con ella, y que su lealtad al nuevo plan estaba basada en la convicción de que era justo para todos (¡los que estuvieran dentro!) y que resultaba ser necesario a causa de la refinación excesiva, los precios reducidos, y por la certidumbre de que no se podía confiar en que los ferrocarriles honraran los contratos. Era evidente que las posibles ganancias, y el poder que se podría obtener al entrar en una combinación exitosa, habían eliminado los resentimientos en contra de los líderes de la South Improvement Company, y que si se tenía la garantía, lo que seguramente era el caso, de que los descuentos eran parte del juego, entonces se justificaban a ellos mismos mediante el razonamiento de que seguramente se iban a obtener las bonificaciones y que lo mejor sería que fuesen ellos y no alguien más.

El saber que un buen grupo de los refinadores de las cañadas se habían pasado al bando de Rockefeller despertó un encono generalizado entre aquellos que permanecieron independientes. «Desertores», «argollas», «monopolistas» eran los calificativos que se lanzaban, y los ánimos en las reuniones públicas se tornaron pronto inciertos, como se puede leer en los reportajes detallados publicados por los periódicos locales de las Regiones Petroleras. Había muchos silencios e interrupciones en las deliberaciones, muchas personas temerosas de hablar. No hay reportes de que Rockefeller haya hablado, mientras que la parte gruesa de la defensa y las explicaciones recayó sobre Flagler, Prow y Waring. Dos o tres veces hubo riñas entre los asistentes a la convención casi al punto de explotar, y M. N. Allen, un refinador importante y el director del Courier de Titusville, uno de los mejores periódicos de la región, tomó su sombrero y abandonó la reunión. Antes de finalizar la convención aquellos que apoyaban la combinación tendrían que haber sentido que habían ido demasiado lejos al tratar de presionar a las Regiones Petroleras con la creación de una alianza tan poco tiempo después de haber ultrajado sus principios morales.

La prensa y las personas habían ya dejado muy en claro que definitivamente no confiaban en los persuasivos defensores de la transformación del negocio. En cada esquina y en cada vagón de tren los hombres calculaban el porcentaje de control que los accionistas de la South Improvement Company tendrían sobre la nueva combinación. Este sería demasiado alto. Pero lo que más agitaba a la gente de las Regiones Petroleras era la convicción de que el sistema de bonificaciones y descuentos era la base del nuevo plan. «¿Qué van ustedes a hacer con los hombres que prefieran gestionar por sí mismos su propio negocio?» preguntó uno de los representantes del periódico The Derrick de Oil City a uno de los defensores del plan. «Convencerles» se reportó que fue su respuesta lacónica. «¿Pero cómo?» «Por medio de la cooperación con el transporte,» es decir por medio de bonificaciones. El caso es que las Regiones Petroleras no hacía mucho se habían convencido de que la bonificación era un pecado, y habían tomado una firme determinación de eliminar esa injusta práctica de querer asociarse con cualquier combinación de la cual se sospechara que acepta privilegios que otros colegas no podían obtener o nunca aceptarían.

Al mismo tiempo que se consideraba organizar una asociación de refinadores se hizo un intento de convencer a los productores ofreciéndoles, a través de la Unión, la posibilidad de comprarles todo su petróleo por cinco dólares el barril durante cinco años. El precio del crudo en ese momento era de cuatro dólares por barril. Los productores se negaron. Un acuerdo de este tipo solo se podría mantener, según ellos, por medio de una asociación que sería un monopolio absoluto, y que fijaría los precios del producto refinado para satisfacer su propia codicia. Todo lo que querían del productor era hacerlo cómplice de su conspiración. Una vez que hubieran destruido su fuerza moral y completado su monopolio, entonces le pagarían lo que les diera la gana por el crudo, ¡y el precio ya no sería cinco dólares! ¿Qué recurso tendría entonces? Sería esclavo, ya no habría ningún otro comprador, no podría haberlo, ya que ellos controlarían el sistema de transporte por completo.

El resultado de las negociaciones fue que los defensores de la combinación se tuvieron que retirar derrotados de las Regiones Petroleras. El periódico The Derrick de Oil City se burlaba con este titular: «South Improvement Company: Sic semper tyrannis, sic transit gloria[1] muy dado a salpicar su poderoso y pintoresco inglés con algunas frases en latín. Pero el periódico subestimó tanto al hombre como al principio del que se burló. Una gran idea estaba ganando terreno en el mundo comercial. Les había llegado mezclada con actividades criminales. Ahora ya no veían en ella más que el crimen, y no el valor de la idea en sí. El hombre que se las había llevado no sólo estaba imbuido de una gran visión a futuro, también estaba dotado de un propósito indomable. Su meta era controlar el negocio del petróleo. Con una sola maniobra, una que había sido desacreditada, ya había obtenido el control de un quinto de la capacidad refinadora de los Estados Unidos. Y tenía la intención de asegurar para sí mismo las otras cuatro quintas partes. Puede ser que ahora tuviese que batirse en retirada, pero las Regiones Petroleras tendrían noticias suyas muy pronto. Y así fue. Tres meses más tarde, en agosto de 1872, se supo que el plan de consolidación que se había presentado en vano en Titusville en mayo ya se había llevado a cabo en silencio. Los cuatro quintos de la industria de refinación de los Estados Unidos, que incluía a muchos de los refinadores de las cañadas, se habían puesto de acuerdo para formar la Asociación Nacional de Refinerías, de la cual Rockefeller era el presidente y uno de ellos mismos, J.J. Vandergrift, era el vice-presidente. La noticia despertó un gran resentimiento en las Regiones Petroleras. La región perdía solidez en su convicción de libre comercio. Ya no estaba unida detrás del compromiso de que el sistema de bonificaciones tal como se aplicaba al comercio del petróleo debía terminar. Había ahora un enemigo en la propia casa. Las duras palabras que por meses los petroleros habían lanzado contra los jefes distantes de las refinerías de Cleveland y Pittsburg, ahora las tuvieron que empezar a usar, desde luego que de una forma más discreta, contra sus propios vecinos. Era un mal presagio para la paz interior de las Regiones Petroleras.

 

[1] “Así es siempre el tirano, así pasa su gloria”

Copyright Oscar Howell, 2014, Todos los derechos reservados.

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